Querida María,
Desde que comenzó esta hecatombe pienso siempre en ti. Recuerdo el día que me contaste que estabas estudiando a fondo, preparándote porque ahora no sólo ejerces de pediatra sino también se te requiere para adultos. La salud en nuestras manos, ¡menuda responsabilidad… la vida!
Muchas veces pienso en llamarte pero sé que estás haciendo turnos sin descanso y que al llegar a casa querrás estar con tu familia. Allí también te esperan y la vida fuera del hospital continúa: la casa hay que atenderla más que antes (o más que nunca), los hijos, el colegio,… Confinados entre cuatro paredes, estamos más juntos que nunca y a la vez también distanciados: ¿acaso no estamos sumidos en nuestros propios pensamientos, atendiendo a nuestros trabajos, llenos de incertidumbre, buscando un rato para poder leer noticias o hablar con algún amigo y así alejar al temor?
Volver al trabajo, que antes era tu ilusión y vocación, ahora debe ser descorazonador
Sólo veo el telediario una vez al día pero no puedo ni imaginar el desborde absoluto que puede suponer atender en estos momentos de caos, urgencia y con total desconocimiento. Enfrentar esta cruzada sin descansos, viendo como tus compañeros siguen contagiándose, como se pierden vidas… supongo que te preguntarás si en algún momento tu también caerás.
Vuelves a casa y corres a la ducha, a frotarte con fuerza para quitar todo posible rastro del virus. Pero también para quitar el terror y aplacar la angustia que te acompaña. No será fácil dejar esto aparcado y mirar a tus hijas sin que se te escape el miedo.

Pero aquí, fuera del hospital, os llamamos héroes.
Quizás para compensar todo esto que aquí escribo y que, en mayor o menor medida, intuimos. Porque todos tenemos miedo y nos gusta pensar que unos héroes extraordinarios nos sacarán de esta pesadilla… menudo peso. Un peso difícil de sostener cuando vemos que nuestro mundo, de un día para otro, se está derrumbando.
Los psicólogos clínicos elegimos trabajar con el malestar humano y vosotros ejercer la medicina, en la que se contempla la vida y la muerte, pero esto no implica que estemos exentos de sufrimiento. No somos inmunes al miedo: a temer por nuestra propia vida y por el bienestar de nuestra familia. No somos ajenos a la angustia, la impotencia de no poder resolverlo todo, de no llegar a atender a tantas vidas. El no poder tocar, no llegar a reconfortar o que apenas te puedan mirar a los ojos. Los equipos de protección son barrera también para la calidez y la humanidad.
¿Quién quiere sentirse un héroe en estas condiciones?
Entre tanto ruido y tanta exigencia, la velocidad a la que se espera que reaccionemos y la pausa a la que estamos sometidos, creo que la heroicidad está en poder aceptar que no podemos. Que no podemos mantener una sonrisa como antes, que a veces no tenemos ganas, que nos encontramos sobrepasados con la situación, que la presión no es soportable. Y que a veces no se puede (o no se quiere) continuar, y que con toda nuestra voluntad, dedicación y responsabilidad hacemos lo que podemos.
Que aceptarnos con dudas y reconocernos vulnerables, nos hace más humanos y nos acerca más a la vida.
Ojalá muy pronto podamos volver a vernos y retomar aquel plan que teníamos de juntar a nuestras familias.
Cuídate!